Un pueblo destrozado:

conflicto-palestino-israeliEl escritor Mario Vargas Llosa ha mostrado permanente preocupación por lo que viene ocurriendo con el atribulado pueblo palestino y, principalmente con los gazatíes; que luego de cuatro semanas de guerra presenta el siguiente balance: 1.867 palestinos muertos (entre ellos 427 niños) y 9.563 heridos, medio millón de desplazados y unas 5.000 viviendas arrasadas. Mientras que por el lado israelí hay 64 militares y tres civiles muertos. Hace unos días el escritor peruano escribió “Entre los escombros” en el que señala que: Nadie puede negarle a Israel el derecho de defensa contra una organización terrorista que amenaza su existencia, pero sí cabe preguntarse si una carnicería semejante contra una población civil, y la voladura de escuelas, hospitales, mezquitas, locales donde la ONU acogía a refugiados, es tolerable dentro de límites civilizados. Semejante matanza y destrucción indiscriminada, además, se abate contra la población de una rectángulo de 360 kilómetros cuadrados al que Israel, desde que le impuso en el 2006, un bloqueo por mar, aire y tierra tiene ya sometido a una lenta asfixia, impidiéndole importar y exportar, pescar, recibir ayuda y, en resumidas cuentas, privándola cara día de las más elementales condiciones de supervivencia.

Por desgracia, el desfalleciente Hamas sale revigorizado de esta tragedia, con el rencor, el odio y la sed de venganza que la diezmada población de Gaza sentirá luego de esta lluvia de muerte y destrucción que ha padecido durante estas últimas cuatro semanas. El espectáculo de los niños despanzurrados y las madres enloquecidas de dolor escarbando las ruinas, así como el de las escuelas y las clínicas voladas en pedazos no van a reducir sino multiplicar el número de fanáticos que quieren desaparecer a Israel.

Lo más terrible de esta guerra es que no resuelve sino agrava el conflicto palestino-israelí y es sólo una secuencia más en una cadena interminable de actos terroristas y enfrentamientos armados que, a la corta o a la larga, puede extenderse a todo el Medio Oriente y provocar un verdadero cataclismo.

Aunque gane todas las guerras, Israel es cada vez más débil, porque ha perdido toda aquella credencial de país heroico y democrático, que convirtió los desiertos en vergeles y fue capaz de asimilar en un sistema libre y multicultural a gentes venidas de todas las regiones, lenguas y costumbres, y asumido cada vez más la imagen de un Estado dominador y prepotente, colonialista, insensible a las exhortaciones y llamados de las organizaciones internacionales y confiado solo en el apoyo automático de los Estados Unidos y de su propia potencia militar. La sociedad israelí no puede imaginar, en su ensimismamiento político, el terrible efecto que han tenido en el mundo entero las imágenes de los bombardeos contra la población civil de Gaza, la de los niños despedazados y la de las ciudades convertidas en escombros y cómo todo ello va convirtiéndolo de país víctima en país victimario.

La solución del conflicto palestino-israelí no vendrá de acciones militares sino de una negociación política; así lo ha dicho con argumentos muy lúcidos, Shlomo Ben Ami, quien fuera ministro de Asuntos Exteriores de Israel. Ojalá voces sensatas y lúcidas como las del ex ministro israelí terminen por ser escuchadas en Israel. Y ojalá la comunidad internacional actúe con más energía en el futuro para impedir atrocidades como la que acaba de sufrir Gaza. Para Occidente lo ocurrido con el Holocausto judío en el siglo XX fue una mancha de horror y de vergüenza. Que no lo sea en el siglo XXI la agonía del pueblo palestino.

La periodista Claudia Cisneros Méndez (Gaza: Derecho a tener derecho) uniéndose a muchas voces que protestan ante la violencia extrema contra el pueblo palestino, ha indicado: Cada hombre muerto nos compete a todos, cada muerte injusta nos afecta, cada niño aniquilado nos devasta. En la gran comunidad que somos y a la que estamos ligados como especie, la lucha por la libertad, igualdad y justicia es una y la misma. Ahí donde peligran, peligran todos. El sufrimiento del más vulnerable por el poderoso es una constante atemporal, ageográfica y acultural. ¿Acaso no lo vivimos todos un poco cada día? ¿Acaso no es necesario que nos importe a nosotros, que les importe a otros para que tengamos sentido? Empatía y solidaridad son de las más humanas cosas que eleven a nuestra civilización. La capacidad de ponerse en el cuerpo y entrar en el espíritu del otro, sufrir sino como él, por él y con él. Ya con que nos importe y levantemos la voz, aún a kilómetros de distancia geográfica y cultural, aun cuando se escuche apenas como un gemido, que es igual en cualquier lengua, aun cuando sea para que se eleven, abstractas al cielo, estas lágrimas en forma de plegaria; importa.

Que el undécimo ejército más poderoso del mundo haya exterminado a 1.800 humanos, la mayoría civiles indefensos, más de 400 niños, es imperdonable. ¿Dónde has perdido el corazón? Es verdad que Hamas hace terrorismo, que sus  cohetes no tienen sistema de dirección y que su empleo contra áreas urbanas constituye un crimen bajo el derecho internacional humanitario. Sin embargo, los de Israel sí son misiles de precisión milimétrica, y aun así matan a civiles. Amnistía Internacional ha desbaratado la coartada israelí de que Hamas usa escudos humanos, y acusa más bien a Israel de ello; aunque ambos son acusados de operar militarmente  en inmediaciones. Lo constata también el fallo de la Corte Suprema de Justicia de Israel, la cual en el 2005 revocó el permiso militar de usar civiles palestinos como escudos. Y a ello se suman los testimonios de soldados israelíes que se niegan a servir en territorios ocupados.

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