DEL ROLLO DE PELÍCULA A LA IMAGEN DIGITAL

La fotografía en los '80
La fotografía en los '80
Por: Carlos Poémape Tuesta
Comunicador Social

En la década de los 80’, nuestro anhelo era tener una cámara de fotos propia, pero si se tenía suerte, podíamos lograr que nos compren un rollo de 36 vistas, prestar una cámara, tomar las fotos y que salieran las 36, pero la verdad es que eso casi nunca pasaba.

Aunque lo pensaras mucho cada disparo como si fuera el último de tu vida (¿gasto una foto en el juguete nuevo de mi hermano, o en el gato que va saltando por el techo de la casa?), apenas las fotos volvían del revelado, sentías una total decepción. O el rollo se había velado, o habías salido con los ojos rojos, o estaban oscuras, movidas, fuera de foco, superpuestas, etc. Había miles de fallas posibles. En el mejor de los casos, de un rollo de 36 salían 25, y de esas 25, sólo cuatro o cinco se podían colocar en un marco. Las demás quedaban sepultadas en un álbum, que con suerte algún familiar curioso pudiera ver una o dos décadas más tarde; es decir, en estos días.

Pero apenas unos años después, dos boom consecutivos nos liberarían del oneroso trabajo de las casas de revelado: la aparición de cámaras digitales y el avance de la Internet. ¡Imagínense, nomás!, después de muchos años de sufrida experiencia esperando el revelado con los dedos cruzados y lamentando que la única foto del amor de nuestras vidas fuese fea, de repente podíamos sacar la cantidad de fotografías que quisiéramos, instantáneamente, y a costo cero. Uno, dos, mil clicks. Total eran gratis y se podían borrar con el simple apretón de un botón con el dedo.

Y fue esa misma gratuidad la que nos volvió más preciosistas y quisquillosos, principalmente a las jovencitas: “Que me veo fea, sácame otra”. “Que cerré un ojo, bórrala”. “Que salí gorda, tómame seis o siete en diferentes poses hasta que salga bien”. Así de simple: borrar hasta lucir todo lo felices, exitosos y atractivos que quisiéramos parecer. De repente, las fotos pasaron a ser una versión mejorada de nosotros mismos; una vida editada con la ayuda mi amigo Photoshop.

Mejoramos tanto en imagen, que empezamos a reemplazar la vida real (llena de granos y nudos en el pelo) por otra más virtual, más detallada y mucho más conveniente. Dejamos de ser los que éramos y empezamos a ser esos que sonríen felices con blanquizcos dientes en la foto del Messenger.

Pero esa tibia vanidad no hubiera sido más que un hobby hogareño si justo en ese momento no hubieran aparecido las redes sociales, que entre otras cosas, nos permitieron compartir contenidos con todo el mundo a través de internet. Por primera vez, en lugar de esconder las fotos en un armario, sacamos las fotos al mundo. Después de años de aburrirse adentro de una caja de zapatos, las subimos a Hi5 para que las vieran nuestros amigos, armamos álbumes en Facebook para nuestros viejos compañeros de escuela primaria, contamos nuestra vida a través de imágenes en Flickr, e incluso armamos un blog para que un montón de desconocidos siguiera nuestro día a día a través de las supercarreteras de la información.

La vida empezó a cambiar. Hoy en día, los jóvenes, en vez de salir a la disco un sábado por la noche, se quedan en casa chateando y subiendo sus mejores fotos a un portal de citas o a su perfil de MSN.

Dejamos de ser aquellos niños analógicos que cruzaban los dedos para que esa foto tan especial no saliera movida. Ahora somos seres digitales, editados y embellecidos por la tecnología. Ya no nos arreglamos para salir a algún lugar y sacar fotos para recordar esa salida; sino que arreglamos las fotos para que nuestros amigos digitales vean lo lindos y exitosos que somos en la vida. Ha pasado el tiempo y ya nada es lo mismo. Vivimos en el futuro, un futuro perfecto y digital.

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