Siria en el ojo de la tormenta

syriaEl internacionalista español, especialista en temas relacionados al mundo arabo-musulmán, Jesús Núñez Villaverde, señala que como ya ha ocurrido varias veces desde que arrancó el conflicto, cada nueva atrocidad provoca una oleada de declaraciones encendidas que parecen apuntar al lanzamiento inminente de una intervención militar para derribar al régimen de Bashar Al Asad. Sin embargo, Rusia se ha mostrado abiertamente contraria a cualquier intervención militar contra Siria, mientras que los países occidentales no tienen hoy la voluntad política para lanzarse a una aventura, como los ya vividos en Irak, Afganistán o Libia.

Una invasión a Siria no sería acertada ya que Estados Unidos necesita una significativa contribución de la comunidad internacional, procurando no volver a empantanarse militarmente en esa región, ya que este conflicto llevaría mucho tiempo y –además- ante un ejército bien armados, al que se sumarían los combatientes del grupo chií libanés Hezbolá.

Además, Siria dispone de un efectivo sistema de defensa aérea que pondría las cosas muy difíciles a los aviones de cualquier hipotética coalición internacional. En ese sentido, ningún gobierno occidental está dispuesto a hacer frente al costo político que supondría asumir la posibilidad de bajas propias y de errores en el desarrollo de las operaciones. En el terreno estrictamente militar una de las ventajas más claras que tienen las fuerzas del régimen sirio es una abrumadora superioridad aérea, que le permite movilizar rápidamente sus tropas y atacar desde el aire a las milicias rebeldes. Dentro de ese panorama se tiene que tanto Estados Unidos, la Unión Europea, Arabia Saudí, Qatar y Turquía seguirán suministrando armas a cuentagotas para evitar que estas caigan en manos de terroristas.

Está suficientemente documentado que ambos bandos –tropas del régimen y rebeldes- comparten la idea de que todo vale en el campo de batalla para conseguir sus respectivos objetivos. Estados Unidos está convencido que el régimen sirio ha usado armas químicas contra civiles el pasado 21 de agosto en un suburbio del este de Damasco. Según los rebeldes, en esa ocasión perecieron 1.300 personas, aunque el gobierno de Washington indica que son 1.429 muertos, entre ellos 426 niños. Sin embargo, al no haber un informe serio por parte de los inspectores de la ONU, todo queda en la duda, por cuanto –además- Estados Unidos hasta ahora no tiene elementos que demuestren que el régimen sirio haya diseminado un gas letal.

Como bien señala Núñez Villaverde, Bashar Al Asad y sus leales no están militarmente en una situación tan desesperada como para tener que recurrir a armas de destrucción masiva que puede activar una intervención internacional de represalia, que podría arruinar su estrategia de conservación del poder. Por el contrario, el régimen sirio ha ido recuperando posiciones en el terreno militar y en el político y, paulatinamente ha ido recobrando cierta credibilidad internacional.

El mundo ha quedado en suspenso ante el posible estallido de un conflicto internacional; por cuanto Estados Unidos pretende atacar al régimen de Bashar Al Asad; no porque éste haya reprimido violentamente a su población durante dos años y medio, sino por haber supuestamente empleado armas químicas en algunos episodios concretos de la guerra civil. Para el gobierno de Washington resulta tolerable que un gobierno utilice armamento pesado, aviones y helicópteros para masacrar sistemáticamente a sus opositores, no tan santos que digamos; y sin embargo, lo intolerable es haber usado armas prohibidas por varias convenciones internacionales que Siria nunca suscribió.

En ese sentido, los analistas internacionales coinciden en señalar que el ataque militar de Estados Unidos contra Siria no tendría como objetivo poner fin a la guerra civil y causar la caída del régimen; sino solamente sería una acción orientada a escarmentar a Al Asad y dejarle claro que hay armas que no pude usar; pero ese ataque no estaría dirigido a impedir que sigan muriendo personas inocentes. Por otro lado, dejaría un mensaje para otros países como Irán y Corea del Norte, ambos embarcados en iniciativas nucleares.

Es decir, el presidente Barack Obama no quiere volver a gastar decenas de miles de millones y miles de vidas de soldados estadounidenses en una guerra como las de Irak o Afganistán. Además, el presidente norteamericano no quiere embarcarse en una prolongada guerra ya que alimentaría el odio antiamericano en esa región. Por otro lado, si Siria responde a un hipotético ataque de Estados Unidos, este conflicto se prolongaría y se verían inmiscuidos otros actores como Israel. Por lo tanto, un conflicto planeado inicialmente para pocos días podría prolongarse y complicarse.

Estados Unidos, gendarme del mundo:

El poderío militar estadounidense, en el cual se invierten más de 600 mil millones de dólares anuales y constituye el recurso de dominación por excelencia de ese imperio, está concebido para ser utilizado. El mercado de las armas son las guerras y, por otro lado, gracias al control de los grandes medios de difusión, otro de los componentes fundamentales del poderío norteamericano, se logra embrutecer a los consumidores hasta conducirlos a comprar veneno para alimentarse.

Siria hasta hace poco era un país estable en medio de la conflictividad que rodea a los países de Oriente Medio; pero de pronto se vio convulsionado por una “primavera árabe” que no ha traído flores para nadie, sino terroristas y mercenarios convertidos en luchadores por la libertad. Ahora Siria enfrenta una probable intervención militar con la excusa de que el gobierno ha realizado un ataque con armas químicas donde se encuentran ubicadas sus propias tropas.

Libia ha sido devastada para acabar con el régimen de Gadafi y ahora nadie sabe quién gobierna. Irak también fue invadido por poseer armas de destrucción masiva que jamás aparecieron y Afganistán corrió la misma suerte al ser invadido con la justificación de capturar a Osama Bin Laden, supuestamente escondido en una cueva de ese país, pero apareció en otra parte. En ninguno de estos casos se instaló la “democracia” y el remedio ha sido peor que la enfermedad.

Lo que realmente conviene a los productores de armamentos norteamericanos es que las guerras comiencen y no terminen nunca. De esta manera se justifica el gigantesco presupuesto militar que va a parar a sus manos y aparecen otros negocios relacionados con la “reconstrucción” de los países atacados, así como la “seguridad” de las propiedades de las transnacionales estadounidenses, muchas veces adquiridas en el río revuelto de la ingobernabilidad.

Guerras justas e injustas:

Hay dos tipos de guerras: las justas e injustas. Las injustas son las llevadas a cabo por las potencias y fuerzas colonizadoras para conquistar y someter a los pueblos contra su voluntad. Las ambiciones de poder y los deseos de mantener control sobre la humanidad por parte de las élites y consorcios gobernantes no tienen límites. En el mundo árabe, las injerencias e intervenciones armadas de las potencias occidentales, especialmente de Estados Unidos, son frecuentes y en algunos casos se realizan de manera abierta y descarada. Es el caso de las invasiones a Irak, Afganistán y Libia, en los cuales derrocaron a sus antiguos aliados y se apropiaron de sus recursos naturales y bienes culturales, como es el caso del país mesopotámico, donde los recursos energéticos han sido expoliados por las transnacionales que se dedican a controlar la economía y ven en las reconstrucciones de esos países –destruidos por ellos mismos- las nuevas formas de hacer negocios, sin importarles qué precio han tenido que pagar los pueblos conquistados.

Hoy las potencias occidentales, encabezadas por Estados Unidos, frente a la incapacidad de poder resolver los problemas que aquejan a sus pueblos, producto de la corrupción, deciden invadir Siria, utilizando como excusa el uso de armas químicas contra la población. A Irak la invadieron con la misma justificación y hoy, diez años después, no han podido presentar al mundo prueba alguna sobre dicha acusación.

El hombre es el único animal que no mata por instinto; pues matar o abstenerse de hacerlo, constituye un acto racional determinado por la cultura. El saqueo de los fondos públicos y la desmedida fabricación de armas afecta a los programas de asistencia social y al desarrollo humano, particularmente la educación, la salud y la alimentación.

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