Seguridad Ciudadana nuevamente en debate:

SEGURIDAD-CIUDADANACada que sucede una escalada de violencia con lamentables pérdidas de vidas humanas, los medios nuevamente privilegian en sus titulares y en el debate el tema de la seguridad ciudadana, esto es, hasta que de pronto aparezca alguna noticia que opaque a la anterior, como ha sucedido con el discutido indulto al ex presidente Alberto Fujimori. Este asunto de la seguridad ciudadana seguramente será objeto de atención por parte de medios y autoridades por unas semanas más, hasta que pasará a ser historia.

Lo cierto es que somos un Estado con superávit que no es capaz de adquirir o poner en funcionamiento un sistema de seguridad capaz de erradicar la violencia en todas sus modalidades que cada día gana terreno y pone en vilo a la población de nuestro país, como ocurrió en el pasado cuando Sendero Luminoso nos secuestró al punto que todos vivimos una psicosis profunda y, como ocurrió durante una década en Colombia cuando estuvo en auge el narcotráfico.

Al presidente Ollanta Humala se le ocurrió como solución que los ciudadanos no salgamos a las calles con grandes sumas de dinero y que las transferencias debían efectuarse a través de medios electrónicos. Es decir, que si no queremos ser baleados, lo que tenemos que hacer es no ponernos en la línea de tiro de los delincuentes. Por otro lado, modalidades delincuenciales como el secuestro y la extorción ya representan el 33% de todos los crímenes que se cometen en el país, según el Instituto Nacional de Estadística e Informática. El 17.4% de las viviendas de las principales ciudades del país fueron víctimas de robos o intentos de robo en los últimos seis meses del año pasado.

Por otro lado, se ha prohibido a los civiles el uso de armas de 9 milímetros y se ha dispuesto que la renovación de la licencia de porte de armas sea anual y ya no cada cinco años, incrementándose a su vez la cantidad de requisitos y exámenes necesarios para obtener estas renovaciones. Además, debemos tener presente que la seguridad de su ciudadanía es la principal función de cualquier gobierno y, sin embargo, según cifras oficiales, el 38.3% de personas han sido víctimas de la delincuencia solo en los últimos meses.

“La incertidumbre que nubla el futuro de los peruanos es el fruto de la inseguridad interna que combina criminalidad organizada con impunidad pública y que nos devuelve al fantasma de psicosis de los tiempos no olvidados del terrorismo”, ha señalado el analista político Juan Paredes Castro (Crisis bajo la alfombra), agregando que carecemos de un compromiso presidencial amarrado al cumplimiento de objetivos anticriminales claros y concretos. Carecemos de una fortaleza institucional capaz de poner a la Policía Nacional al servicio de la sociedad y en defensa de la vida antes que al servicio de las cúpulas y los aparatos estatales burocráticos. Carecemos de jueces y fiscales probos y valientes a los cuales proteger frente a los jueces y fiscales venales y cobardes a los que hay que investigar y destituir en procesos sumarios.

Recientemente el destacado sociólogo Gonzalo Portocarrero ha publicado un interesante artículo bajo el título de “La fascinación del mal y la fuerza del bien”, en el que señala que durante mucho tiempo se pensó que la naturaleza humana era como una hoja en blanco donde la sociedad, a través de la familia, escuela, amigos y medios de comunicación, inscribía un programa o conjunto de hábitos que habrían de determinar nuestra conducta. Entonces, gracias a la ciencia, la humanidad podría hacer del mundo un hogar y alcanzar la felicidad.

Este ánimo optimista se enfrió como consecuencia de la guerra, determinándose que algo feroz y destructivo existe en la criatura humana, como lo señaló Freud, quien al impulso a la agresión, al odio y a la muerte lo denominó Tánatos. La humanidad se ha preguntado de dónde proviene esa disposición a hacer sufrir al otro y a uno mismo. Una de las respuestas considera que el mal es banal, que resulta de no pensar en la consecuencia de las decisiones que tomamos. El mal no tiene raíces, es simplemente, una idiotez moral. Así comprendió Hannah Arendt el comportamiento de los jerarcas nazis que organizaron el genocidio de seis millones de judíos; por lo tanto, el sadismo está detrás del abuso y el maltrato.

Aunque el tema del mal esté ahora mucho más presente en la conciencia pública, en las discusiones sobre la corrupción y la criminalidad, eso no significa que el mal haya retrocedido. Por el contrario, en muchos casos, como en la criminalidad diaria que vive nuestro país, el mal parece que ha cobrado mayor preponderancia, mientras que hacer el bien parece no ser prioritario.

Pero ¿dónde está la fuerza del bien? La fuerza del bien es mucho más misteriosa que la del mal. El bien nace del compromiso que tiene uno consigo mismo y de la alegría que resulta de verse con orgullo en el espejo. El mal produce tristeza, culpa y depresión. Por lo tanto, el impulso a la integridad y coherencia está en la base de actuar bien. ¿Tan difícil es hacer el bien? El compromiso de dejar de lado el mal y adoptar el bien es deber de todos nosotros, no solo de aquellos que por sus malos actos son perseguidos por la ley. Pero es evidente que es el Estado a través de sus autoridades el que tiene la obligación no solo de combatir el mal, encarnado en la violencia, sino en educar en valores, tarea que también corresponde de manera ineludible a la familia y la sociedad.

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