La renuncia de Benedicto XVI

La renuncia de Benedicto XVI

La renuncia de Benedicto XVI
La renuncia de Benedicto XVI

El 11 de febrero pasado el Sumo Pontífice sorprendió sobre todo al mundo católico al anunciar que renunciaría al cargo que ostenta, señalado que la decisión la había tomado por “falta de fuerzas”, ya que padece de notorios signos de fatiga debido a un marcapasos que le habían colocado en el corazón. Como se sabe una serie de escándalos marcaron su papado, desde los casos de sacerdotes pedófilos hasta los robos de documentos por parte de su mayordomo y que han sido filtrados a la prensa.

Joseph Ratzinger fue un profesor universitario dedicado a la investigación, la enseñanza y la publicación, que se hizo conocido por haber sido uno de los teólogos más influyentes en el Concilio Vaticano II. Tuvo que dejar las aulas y las bibliotecas y pasar a ocupar puestos con enormes cargas políticas y administrativas; es así que en 1981 Juan Pablo II le nombró prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe y, a la muerte de éste en el 2005, fue nombrado Papa.

Benedicto XVI ha sido desde dentro de la Iglesia quien más ha hecho por descubrir, perseguir y sancionar los escándalos de pedofilia y encubrimiento ocurridos en su interior. En el año 2000 creó una comisión investigadora de abusos ocurridos en Irlanda y un año después convenció al Papa Juan Pablo II para que centralice bajo su dirección la revisión de todos los casos relacionados con los abusos de pedofilia. No le tembló la mano para abrir una investigación por abusos sexuales contra el entonces todopoderoso fundador de los Legionarios de Cristo, Marcial Maciel. En el 2004 una investigación que Joseph Ratzinger había impulsado reveló diez mil casos de abusos sexuales ocurridos en los últimos 50 años en los Estados Unidos. Luego de asumir su pontificado, Benedicto XVI obligó a Marcial Maciel a renunciar y, en los siguientes años ordenó sendas investigaciones eclesiales de los abusos sucedidos en Irlanda, Alemania y Bélgica, donde obtuvo la dimisión de varios obispos. Luego publicó una carta donde expresaba su “vergüenza” ante lo sucedido.

Durante su pontificado se introdujeron procedimientos para garantizar que ninguno de estos casos quede sin investigar y que los culpables de los mismos sean entregados a los tribunales. Los escándalos de pedofilia no han sido el único caso en el que el Papa no tuvo temor de enfrentar, pues también lo ha hecho contra la corrupción y las luchas de poder en el Vaticano; indicando que existe suciedad en la Iglesia, divisiones e hipocresía religiosa que aquejan a parte de la jerarquía.

Benedicto XVI hizo durante su papado lo que hace muchos años juró hacer como teólogo, es decir, cooperar con el afloramiento de la verdad y, gracias a eso deja una Iglesia que ya no puede mirar hacia otro lado y que debe renovarse para ser cada día más libre. Como señala el editorial de “El Comercio” del 17 de febrero de 2013, “los católicos están en deuda con este intelectual tímido pero lleno de fe que hace unos días, con sencillez desconcertante, renunció al papado a fin de dejar espacio a alguien con más juventud para poder llevarlo y retirarse a rezar”.

Salomón Lerner Febres ha señalado que Benedicto XVI con su renuncia “nos señala también una tarea: construir una Iglesia comprometida, solidaria, centrada en la enseñanza esencial de Cristo que halla su más intensa y preciosa expresión en una sola palabra: Caridad”. La Iglesia necesita un líder fuerte para enfrentar los retos del mundo actual, dado que el cargo que ostenta el Papa es vitalicio y la debilidad física se traduce también en fragilidad política y decreciente influencia en los complejos entresijos del poder vaticano, como lo refiere Jaime Cordero Cabrera (Las fuerzas menguantes del Papa). Benedicto XVI es consciente de que la Iglesia Católica debe relanzarse y a la vez limpiarse; es para eso, y no para dar misas, que le faltan las fuerzas.

“La República” ha publicado, respecto a la renuncia del Papa Benedicto XVI, un interesante comentario que me permito reproducir en parte. San Juan no relata en el Evangelio que en cierta ocasión Jesús, habitualmente manso y de humilde corazón, lanzó fuera a los mercaderes de su templo gritándoles: “Han convertido mi casa en una cueva de ladrones”. Los judíos entonces usaban el Templo para hacer negocios, y además con trampa. Si existen corruptos en la política, en los negocios, en los sindicatos, en los poderes del Estado, por qué no en la Iglesia de hoy.

Ratzinger, quien fuera llamado el papa Benedicto XVI, llegó a la máxima jerarquía de la Iglesia decidido a limpiar el Vaticano, a sacar a los fariseos, a terminar con los encubridores de los obispos y sacerdotes pederastas, y a expulsar a los traficantes de la palabra del Señor. Benedicto reveló que ya no le quedan fuerzas para cumplir con la limpieza y renovación que se había propuesto y que el único camino era la renuncia. Su sucesor, un Papa más joven y sin los problemas de salud que a él le aquejan, debería terminar la tarea inconclusa.

Sus detractores le podrán reprochar muchas cosas al Papa, pero no cabe duda que es un hombre de fe. Hay que tener mucha valentía para haber dado un paso de tamaña envergadura, un paso que evidencia ante millones de fieles que algo marcha muy mal dentro del purpurado. Los conspiradores no se reponen de tremendo golpe que les ha dado Ratzinger con su renuncia y ya se empiezan a organizar según sus intereses. La Iglesia está muy lejos de su feligresía, tan lejos que hasta han prohibido a sus pastores enseñar teología en la Universidad Católica del Perú.

Ya lo decía Ghandi: “No debemos perder la fe en la humanidad, que es como el océano: no se ensucia porque algunas de sus gotas estén sucias”. Y de fe habló Benedicto XVI en la última misa que ofició como Papa: “Debemos reflexionar sobre la importancia del testimonio de fe y de vida cristiana de cada uno de nosotros y de nuestras comunidades”. Si la fe mueve montañas, esperemos que pueda expulsar esta vez a los fariseos del Templo.

La Iglesia deberá volver a buscar colectivamente una respuesta a los desafíos del nuevo siglo, ya que en las últimas tres décadas se ha alejado cada vez más del espíritu conciliar, cuando sus prioridades deben ser: poner en práctica las conclusiones del Concilio Vaticano II que ha quedado estancado, sacar la cara por los pobres, por aquellos que sufren las consecuencias de este modelo económico que a gran parte del mundo los ha llevado a una crisis sin precedentes, y la Iglesia debe aprovechar este momento de transición para reflexionar sobre su papel en la sociedad y ser fiel al mensaje de Jesús, que dejó en claro que la Iglesia y sus discípulos tenían que pensar en los otros, dar testimonio de solidaridad y fraternidad. Como se sabe hoy las religiones juegan un papel cada vez más creciente en los conflictos sociales y, para ello debe estar preparada la Iglesia Católica que tal parece ha dado la espalda a sus fieles en los momentos más difíciles que atraviesa el mundo, lleno de violencia y donde los fariseos con enorme hipocresía abarrotan los Templos en busca de indulgencia y perdón.

 

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