Veto a los Transgénicos

VETO A LOS TRANSGENICOS

Por: Dr. Leonardo Sánchez Colchado.

Es evidente que la tecnología transgénica puede producir beneficios, por cuanto a través de ella se ha logrado desarrollar medicamentos estratégicos, cultivos con mayor resistencia a la sequía y al frío y, por otro lado, más nutritivos. El problema, sin embargo, como lo sostiene Patricia Majluf, es el poco control que se tiene una vez que los organismos son liberados en los ecosistemas. El material transgénico, una vez en el campo, tarde o temprano, se transferirá a otras especies vecinas y a los cultivos, a través del polen llevado por el viento o por insectos, con consecuencias de todo tipo.

Veto a los Transgénicos
Veto a los Transgénicos

Dado que la mayor parte de las semillas transgénicas posee resistencia a herbicidas, uno de los impactos más documentados es la rápida aparición de malezas también resistentes, por transferencia genética y por adaptación. Exterminar estas malezas resistentes requiere cada vez más tóxicos, con aumento de costos para los productores y riesgos para la salud de los consumidores. Así, los beneficios iniciales de los transgénicos son anulados.

Otro impacto peligrosísimo es –como lo señala Patricia Majluf- la contaminación transgénica de cultivos orgánicos, lo que lleva a perder la certificación orgánica. Para el Perú, donde la agricultura orgánica y de productos nativos exportables es una oportunidad comercial para la cual tenemos extraordinarias ventajas comparativas, esa contaminación inevitable ocurrirá si se permite el cultivo de transgénicos en nuestro territorio, lo que constituye una amenaza mortal.

Se dice que por su mayor productividad, esa tecnología es estratégica para la seguridad alimentaria mundial. Sin embargo, el 81% de la producción transgénica es destinada a forraje para animales. De los 148 millones de hectáreas cultivadas por Organismos Vivos Modificados (OVM) en el mundo, solo una fracción es destinada directamente a la alimentación de poblaciones humanas. De esta fracción, la mitad es soya, cuyo cultivo a gran escala está generando impactos gravísimos a hábitats críticos por su biodiversidad. Solo en el Brasil, desde 1995, la expansión de los campos de soya transgénica deforesta anualmente un promedio de 320 mil hectáreas de la Amazonía. Procesos similares de deforestación se vienen dando en Uruguay y Paraguay por el mismo motivo.

Los cultivos transgénicos dominantes son más apropiados para grandes extensiones de terreno y no para la pequeña agricultura prevalente en el Perú. Aquí la agricultura a gran escala solo es posible en la costa, donde el agua es un severo limitante, o implicaría deforestar nuestra Amazonía. En los Andes es mucho más apropiada la agroecología, que no solo potencia la tradición precolombina de aprovechar la diversidad de pisos ecológicos, sino que aumenta significativamente la productividad de la tierra, contribuye a mejorar la nutrición, reducir la pobreza y ofrece elementos de adaptación al cambio climático.

Respecto a este polémico tema nos remitimos a las opiniones de la periodista Martha Meier, quien en reiteradas oportunidades ha abordado la problemática de los transgénicos, quien refiere que el polen de esos cultivos “Frankenstein” contaminará a diversas especies de flora silvestre y domesticada. Los agentes polinizadores –abejas, aves, mariposas- hacen lo suyo y también el viento. Muestra del poder dispersor del viento es que en el suelo de la Amazonía se ha identificado arena en el desierto del Sahara, en África, arena que vuela y cruza el Atlántico impulsada por el viento.

Según la periodista, esto le interesa muy poco a los lobbies de los emporios que han desarrollado transgénicos en sus laboratorios. Un argumento utilizado para sensibilizar a su favor es que tales cultivos solucionarían el hambre; tratando de generar sentimientos de culpa y erigir en villanos a quienes proponen que la seguridad alimentaria se base en una agricultura diversificada, en productos locales, en una cadena de grandes y pequeños agricultores orgánicos, en la conservación de la biodiversidad y en una distribución adecuada de los alimentos. Vale la pena recordar que en el 2008, de la noche de la mañana, los precios de los alimentos se dispararon y se desencadenó una hambruna, pero ese mismo año la producción agrícola fue suficiente para que cada habitante accediera a 2,700 calorías diarias. El problema no es, pues, el rendimiento, sino el acceso y la distribución. En el Perú, toneladas de frutas y otros productos alimenticios terminan pudriéndose a falta de caminos, una adecuada cadena logística de transporte o centros de procedimiento en los sitios de origen. Para mantener los precios se ha llegado al extremo de quemar toneladas de pollo o verter el exceso de producción lechera en los ríos.

Amartya Sen –mencionado por Martha Meier- ganó su Nobel de Economía demostrando que las hambrunas ocurren aunque haya comida, porque la gente no puede comprarla y esa realidad no la cambiarán los transgénicos. Brasil, por ejemplo, un país que viene erradicando velozmente el hambre, no se apoya en la soya transgénica por la que ha deforestado buena parte de su selva, recurriendo en cambio a los pequeños agricultores para su exitoso programa escolar de nutrición, por cuanto al menos el 30% de esos alimentos deben ser adquiridos de los campesinos más pobres, cuya producción difícilmente llega a algún mercado.

Una de cada siete personas en el mundo, lo que constituye algo más de mil millones, pasa hambre y cada diez segundos un niño muere por este flagelo, superando incluso el número de fallecidos por sida, tuberculosis y malaria. Por lo tanto, debe ser un acto civilizador garantizar el acceso a la comida, la cual solamente nos dará la biodiversidad. Al respecto, Cary Fowler está convencido de que solo la biodiversidad salvará al planeta en caso de una hambruna global.

Hace cerca de cuatro décadas el académico Jack Carlan explicó que la diversidad de los cultivos era el recurso “genético que se interpone entre nosotros y la hambruna catastrófica a un grado que no podemos imaginar”. En la biodiversidad está la seguridad alimentaria, mientras que en los cultivos transgénicos está el potencial de un desastre ambiental y social, sin precedentes. Como ya lo mencionó el príncipe Carlos de Inglaterra: “no cuenten conmigo para eso”.

Más de la mitad del Perú se ha declarado libre de transgénicos, pues la gran mayoría está en desacuerdo con el ingreso al país de estos organismos genéticamente modificados para cultivo; por cuanto es una falacia que los transgénicos permitirán la seguridad alimentaria. La verdadera solución para el hambre, la pobreza y el desempleo en el Perú, está precisamente en su riqueza biológica y en los productos orgánicos.

La principal preocupación de los agricultores y consumidores sobre estos productos genéticamente modificados es que, aún en proyectos experimentales, el polen de tales cultivos podría contaminar diversas especies de flora silvestre y domesticada, en un país como el Perú cuya ventaja comparativa es justamente convertirse en despensa orgánica del planeta, en un centro de agricultura altamente diversificada. Existe ya un mercado mundial que reconoce la calidad y bondad de nuestros productos.

Después de tanta polémica, finalmente la Comisión de Defensa del Consumidor del Congreso aprobó declarar una moratoria de diez años a tales cultivos. La norma permitirá el ingreso de transgénicos solo para la investigación en laboratorios y ambientes debidamente aislados. Se exceptúa de la moratoria los medicamentos y productos terminados para el consumo directo como la soya y el maíz.

Insistimos que la seguridad alimentaria se basa en diversidad de cultivos y no en el monocultivo de soya o maíz, utilizados principalmente para el uso forrajero o de biocombustibles. La historia reciente demuestra que la seguridad alimentaria pasa por una adecuada red de distribución de alimentos y mayor sensibilidad de los productores que son capaces de verter leche a los ríos y quemar toneladas de pollo para mantener estables los precios.

Pero así como quienes se oponen al ingreso de los transgénicos a nuestro país, hay otros que defienden su expansión. Es el caso de la economista Patricia Teullet, quien señala que los peruanos ya estamos consumiendo alimentos transgénicos, como es el caso del aceite, el sillao y el maíz con el que se alimenta el pollo. Indica que lo que se está prohibiendo es que se desarrolle una papa resistente a la helada; se impide que se pueda utilizar menos insecticidas que contaminan el medio ambiente; se prohíbe también que se aumente el rendimiento y el ingreso de los campesinos.

Señala Teullet que contrariamente a quienes piensan que evitando los transgénicos se protege nuestra biodiversidad, su prohibición significa que la cosecha de esas papas nativas seguirá perdiéndose, condenando al hambre y la pobreza a nuestros campesinos. También seguirá perdiéndose el 40% de la cosecha de papaya y quienes la cultivan abandonarán esa zona para migrar a otra, talando y depredando la selva. Agrega, que el avance de la ciencia siempre tiene detractores.

El tema de los transgénicos ha sido objeto de discusiones y polémicas entre quienes los defienden y los rechazan. Para muchos estos organismos vivos modificados son dañinos para la salud humana, pues tienen efectos colaterales; para otros tantos contribuyen a una mejor nutrición y mejora la calidad de vida de los agricultores. Entonces, es necesario que la discusión sobre bases sólidas continúe y se informe adecuadamente a los consumidores.

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