Se ha armado un escándalo sobre la autenticidad o no de los grados académicos de magister y doctor de la actual Fiscal de la nación. Este y muchos casos más que se conocen públicamente, y seguramente, -miles de otros casos que no se hacen noticia-, nos llevan a interrogarnos: ¿por qué el humano ansía tanto tener títulos, grados, diplomas, etc.?
Hoy en día, creo, que la mayoría de nuestra acción humana se mueve en función al tener y no al ser. En la educación formal, por ejemplo, desde el nivel primario se ha instrumentalizado el conocimiento; así, desde pequeños buscamos: notas aprobatorias, primeros puestos, tercio superior, diplomas de reconocimiento, grados de reconocimiento, documentos de felicitación, etc.; y con el pasar del tiempo, esta instrumentalización, pasa del simple hecho de aprobar un curso, pasar un grado, terminar un estudio, ascender en un puesto laboral, etc.; a una despersonalización del ser humano, que creo es, el problema central.
En este contexto, la sociedad vigente ha planteado la meritocracia (tener méritos) como indicador para ser elegido, situación que crea la masiva producción de personajes y no de personas, pues, hay gente que tiene “currículo como cancha” a costa de hasta su dignidad. A primera vista, la meritocracia pareciera ser justa, sin embargo, dado que la meritocracia se juzga por papeles sellados y no necesariamente por las habilidades y la moral, termina siendo corruptora de la sociedad y enajenadora del ser humano, pues, los papeles sellados que van acompañados normalmente por un nominalismo, se convierten en fetiche, en medida que se rinde culto a la personalidad otorgada por dicho papel; un ejemplo claro de esto es el “doctorismo”, es decir, no llamar a la persona por su nombre sino por doctor o doctorcito.
Así, la fábrica de documentos sellados, firmados o publicados se convierte en un lucrativo negocio; una nueva industria que es alentada gracias a una falsa meritocracia; un nuevo negocio que hace “bien” a unos pocos pero que hace daño a muchos va en crecimiento galopante. En esta lógica, incluso se han creado muchas instituciones, como es el caso de las “universidades bambas”.
Finalmente, se dice también, que la Fiscal de la nación ocupa ese cargo gracias a que sumaron puntos a su favor los dos grados otorgados por una universidad que ya ni si quiera tiene licencia de funcionamiento, pero la fiscal no parece ni si quiera avergonzarse por ello, después de todo reza el dicho “la vergüenza pasa, pero los beneficios quedan”, ética que mata a las instituciones y a las propias personas; ética que debemos cambiar.
Autor: Manuel Yoplac Acosta
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